martes, 25 de julio de 2023

 

Ricardo H. Herrera

 

Cinco poemas

de Grupo de familia

 

 


 

El beso de Juan

 

El dolor de estos años me ha cuarteado

la piel y el corazón. Lo que fue blando

un tiempo se hizo duro y dio comienzo

a lo que denomino Edad de Hierro.

 

Templado así de dura indiferencia,

amando sin amor en lo profundo,

me distancié de todos los humanos,

incluso los ligados por la sangre.

 

Pero hoy Juan, al que llamo El Jardinero

porque ese es su trabajo este verano,

quebrantó mi apatía con un beso.

No esperaba del nieto tal ternura.

 

Pagado su trabajo, que fue duro,

se aproximó en silencio y al besarme

su ser me conmovió de tal manera

que sentí desplomarse mi armadura

 

forjada en estos años implacables.

Recuperé mi humanidad perdida

y descubrí su alma verdadera,

mucho más verdadera que la mía.

 

Fue lección evangélica la suya;

me devolvió a la vida en el jardín

ya transformado en ámbito de luz.

Enmudecí. Y fui padre otra vez.

 

*

 

A Julieta, en China

 

Reducido a mi esencia, muerto el cuerpo,

iré a tu encuentro en días apacibles;

mi compañía leve será al fin

serena transparencia de silencio.

 

Desprovista de hechos y de dichos,

mi presencia dispersa en pura ausencia

se hará sutil como la eterna siesta

en que moran los plátanos que amé.

 

Mi ánima esquiva habitará en el bosque

del corazón de pocos; seré pausa

del vértigo del tiempo, seré huella

de fugaces instantes inasibles.

 

Amor correspondido enteramente

desde la madrugada en que naciste,

sentimiento leal y real ternura,

eso seré en tus días por venir.

 

*

 

Tonada

 

Agustín, sufridor, tu soledad

amistosa se acerca hasta mi puerta;

tal vez haya algún fruto de mi huerta

que te pueda traer felicidad.

 

También hay abandono en mi poesía

y una vida quebrada que interroga;

puede enjugar las lágrimas que ahogan

tu garganta y la mía.

 

*

 

A Miranda, en Viena

 

Hoy sábado, a la hora de la siesta,

escuché nuevamente el andantino

de la sonata en La menor de Schubert;

una obra que trabajaste un tiempo,

en los años de Villa Pueyrredón.

Alejado del piano, la oía entonces

entornando la puerta de mi cuarto.

 

Y cuando, acompañando el instrumento,

en voz baja entonabas su motivo,

la creación extremaba su secreto:

retornaba a su fuente, la poesía.

Nada te distraía mientras ibas

por la senda melódica perenne

trazada por el músico vienés.

 

Arraigó en mí, por ella, una confianza

sin fin en las cadencias afectivas

de nuestra voz humana cuando busca

la gracia y el encanto de los seres

que amamos tiernamente a la distancia;

esos hijos que alumbran nuestra vida

con un tenue fulgor de intimidad.

 

*

 

Una tumba

 

Lo duro de la muerte es esperarla,

cada día es un siglo en la demora.

Uno sueña su tumba y su epitafio

sabiendo que es inútil hacer planes.

 

Desearía yacer en camposanto,

un campo como el que hay en Los Hornillos,

apartado del pueblo entre cipreses;

fue lugar de paseo años atrás.

 

Terminaré en la cripta familiar,

junto con mis abuelos y mis padres;

es lo más racional para los deudos,

aunque inimaginable para mí.

 

Viví solo y solo he de morir,

de ahí el deseo absurdo que me ronda.

El póstumo poema de mi cuerpo

rompiéndose en lo ignoto: una colina,

 

lugar claro y pacífico, muy bello.

Después de tanta guerra con la nada,

amigarme con ella mansamente

sería honrosa capitulación.

 

Ricardo H. Herrera

 

[De: Grupo de familia,

Editorial Brujas, Col. “Fénix”, Córdoba, 2023]


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