LIBROS
RECIBIDOS
Bernardo
Schiavetta
Antes de los apócrifos
[Fotografía de Daniel Mordzinski] |
Pareja que duerme
Más
que para el deseo se desnudan
y
mucho más se entregan mientras duermen.
Como
se aquietan las aguas turbadas,
todo
gesto se borra de sus cuerpos
y
solas fluyen su carne y su sangre
por
hondos cauces donde navegaron
breves
días los padres más remotos:
superficie
aquietada de la piel
en
la que ambos se miran hondamente
con
rostros ahogados pero vivos
sin
que ningún espacio los separe
de
sus propios reflejos, los más fieles:
ojos
que en sí se miran tras los párpados,
fieles
miradas, densas como el agua
cuando
sobre las lenguas arde en hielo
casi
negándose a la sed que extingue.
(O
acaso estén librados sin saberlo
a
sueños donde alientan como náufragos).
Los amantes
jugábamos
a hacer vivir más ecos
si
un eco por azar nos repetía
nuestras
palabras, nuestras voces vivas,
aunque
ignorásemos entonces que éramos
más
tenues que los ecos, que copiábamos
espejismos
y ensueños, las preguntas
de
amantes olvidados, su pasión,
que
los siglos reciben de los siglos,
para
encontrar respuestas, éstas, éstas
que
los siglos reciben de los siglos,
de
amantes olvidados, su pasión,
espejismos
y ensueños, las preguntas
más
tenues que los ecos, que copiábamos
aunque
ignorásemos entonces que éramos
nuestras
palabras, nuestras voces vivas,
si
un eco por azar nos repetía
jugábamos
a hacer vivir más ecos
Conjunción de opuestos
un
no sé qué que quedan balbuciendo
en
el centro del mundo adonde escuchan
sin
más voz que latidos y que alientos
como
todo se nombra y se saluda
si
se dicen adiós en el encuentro
de
esos opuestos dos el tú y el yo
donde
el Fénix se alumbra en las cenizas
de
esos opuestos dos el tú y el yo
si
se dicen adiós en el encuentro
como
todo se nombra y se saluda
sin
más voz que latidos y que alientos
en
el centro del mundo adonde escuchan
un
no sé qué que quedan balbuciendo
A una fuente en Córdoba del Tucumán
La
arquitectura de los edificios
copiaba
viejas cúpulas y torres
demasiado
lejanas y en la tarde
nada
era verdadero, salvo el agua.
No
la fuente, las formas de su mármol
estaban
en algún jardín de España.
Allí
vivía, pero apenas, como
se
vive en las ciudades de espejismo
donde
hacen alto a veces, mientras sueñan,
los
viajeros que cruzan los desiertos.
Al
fin estoy en el jardín de Córdoba,
ante
la fuente que allá repetían,
en
las antípodas los otros mármoles;
pero
la miro y veo la copiada
y
cuando toco el borde de su taza
allá
a lo lejos toco el otro borde
con
la sorpresa de uno que descubre
que
sin saberlo ha muerto, que es su Sombra.
(No.
Fiel a sí misma, me sacia el agua
si
esta fuente tampoco es verdadera.)
Narciso ante la Estigia
Entras
en un jardín y ves la estatua:
conoces
bien las formas de ese cuerpo
arrodillado,
con las manos puestas
en
el borde más claro del estanque,
con
el cuello tendido y la cabeza
que
se asoma y enfrenta así tu rostro
a
este rectángulo de agua tranquila
donde
estás reflejándote. Allí lees,
sobre
la banda que te ciñe el cráneo,
tu
nombre de cautivo de los Infiernos
que la ninfa dibuja sobre el agua
para
que apagues en tus ojos muertos
esa
mirada fascinante y tuya
que
te carga el cabello de serpientes
y
te convierte en piedra ensimismada.
[En:
Bernardo Schiavetta, Antes de los
apócrifos,
Cuadernos
de Hablar de poesía – Audisea,
Buenos Aires, 2018]
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